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24 de noviembre de 2008

El poder de un paradigma

n paradigma es la cosmovisión personal; es la forma en que un individuo percibe e interpreta el mundo que lo rodea. Son las creencias, opiniones, perspectivas o puntos de vista, que son siempre subjetivas, que son útiles en su momento pero cambian constantemente.

Un modo simple de pensar en los paradigmas consiste en considerarlos como mapas. Todos sabemos que un mapa no es lo mismo que el territorio. Un mapa es simplemente una explicación de ciertos aspectos de un territorio. Un paradigma es exactamente eso. Es una teoría, una explicación o un modelo de alguna otra cosa que existe en la realidad.

Supongamos que uno quiere llegar a un lugar específico del centro de París. Un plano de la ciudad puede ser de gran ayuda. Pero supongamos también que se nos ha entregado un mapa equivocado. Por un error de imprenta, el plano que lleva la inscripción de «París» es en realidad un plano de Roma. ¿Puede imaginar el lector la frustración y la inefectividad con las que tropezará al tratar de llegar a su destino?

Se puede entonces trabajar sobre la propia conducta: poner más empeño, ser más diligente, duplicar la velocidad. Pero nuestros esfuerzos sólo lograrán conducirnos más rápido al lugar erróneo.

Uno puede asimismo trabajar sobre su actitud: pensar más positivamente acerca de lo que intenta. De este modo tampoco se llegaría al lugar correcto, pero es posible que a uno no le importe. La actitud puede ser tan positiva que uno se sienta feliz en cualquier parte.

Pero la cuestión es que nos hemos perdido. El problema fundamental no tiene nada que ver con la actitud o la conducta. Está totalmente relacionado con el hecho de que el nuestro es un plano equivocado.

Si tenemos el plano correcto de París, entonces el empeño y el esfuerzo que empleemos es importante, y cuando se encuentran obstáculos frustrantes en el camino, entonces la actitud puede determinar una diferencia real. Pero el primero y más importante requerimiento es la precisión del plano.

Todos tenemos muchos mapas en la cabeza, que pueden clasificarse en dos categorías principales: mapas del modo en que son las cosas, es decir, hechos o realidades, y mapas del modo en que deberían ser las cosas, o valores. Con esos mapas mentales interpretamos todo lo que experimentamos. Pocas veces cuestionamos su exactitud; por lo general ni siquiera tenemos conciencia de que existen. Simplemente damos por sentado que el modo en que vemos las cosas corresponde a lo que realmente son o a lo que deberían ser.

Estos supuestos dan origen a nuestras actitudes y a nuestra conducta. El modo en que vemos las cosas es la fuente del modo en que pensamos y del modo en que actuamos.

Antes de seguir adelante, invito al lector a una experiencia intelectual y emocional.

Observemos durante algunos segundos este dibujo:

Ahora mira este dibujo y describe cuidadosamente lo que ves:

¿Ves una mujer? ¿Cuántos años tiene? ¿Cómo es? ¿Qué lleva puesto?

Es probable que describas a la mujer del segundo dibujo como una joven de unos veinticinco años, muy atractiva, vestida a la moda, con nariz pequeña y aspecto formal.

Pero, ¿y si yo te dijera que estás equivocado? ¿Qué pensarías si yo insistiera en que se trata de una mujer de 60 o 70 años, triste, con una gran nariz, y que no es en absoluto una modelo? Es el tipo de persona a la que probablemente ayudarías a cruzar la calle.

¿Quién tiene razón? Vuelve a mirar el dibujo. ¿Logras ver a la anciana? En caso contrario, persiste. ¿No identificas su gran nariz ganchuda? ¿Su chal?

Si tú y yo estuviéramos hablando frente a frente podríamos discutir el dibujo. Tú me describirías lo que ves, y yo podría hablarte de lo que yo veo por mi parte. Podríamos seguir comunicándonos hasta que me mostraras claramente lo que ves y yo te mostrara lo que veo.

Como ése no es el caso, examina esta tercera figura:

Ahora vuelve a ver la segunda imagen. ¿Puedes ver ahora a la anciana? Es importante que lo hagas antes de continuar leyendo.

Este ejercicio experimental es útil para demostrar con claridad y elocuencia que dos personas pueden mirar el mismo objeto, disentir, y sin embargo estar ambas en lo cierto. No se trata de relativismo lógico, sino de psicología.

Para realizar este ejercicio, se entrega la imagen de la joven (1a) a una persona, y la imagen de la anciana (3a) a otra. A continuación se pide que las observen con detenimiento durante unos 10 segundos y después que las entreguen de vuelta. Entonces se muestra a ambas personas la segunda imagen, la cual combina las otras dos imágenes, y se pide que describan lo que ven. Muy probablemente la persona que observó anteriormente la figura de la joven, también verá a la joven en la segunda imagen. Del mismo modo, la persona que haya visto la lámina de la anciana, también verá a la anciana en la segunda imagen.

Entonces se puede pedir a una de las personas que intente describir lo que ve a la otra persona. En este diálogo, muy probablemente tropezarán con problemas de comunicación.

— ¿Qué quieres decir con que es una anciana? ¡No puede tener más de veinte o veintidós años!
— ¡Vamos! Debes de estar bromeando. ¡Tiene setenta años, podría tener cerca de ochenta!
— ¿Qué te pasa? ¿Estás ciego? Es una mujer joven, y muy guapa, me gustaría salir con ella. Es encantadora.
— ¿Encantadora? Es una vieja bruja.

Muchos argumentos serán presentados, con los dos interlocutores seguros y firmes en sus posiciones. Todo esto ocurre a pesar de una muy importante ventaja con la que algunas personas cuentan: el conocer de antemano la posibilidad de que exista otro punto de vista, algo que infinidad de personas nunca admitirían. Sin embargo, al principio, sólo unos pocos tratamos realmente de ver la figura con otro marco de referencia.
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-Stephen R. Covey, Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva.